miércoles, 17 de diciembre de 2008

El vagabundo y yo.

Hoy vino un vagabundo y al mirarme vi la más profunda miseria a la que el ser humano puede acceder por voluntad propia.
Me di cuenta que no todo es la voluntad, ni dinero, ni dignidad. Algo de humanidad se asomó en su boca desdentada al sonreírme perdida y llanamente.
Nos miramos largo rato en silencio fumando un cigarrillo y cada bocanada me convenció que el no pidió ese destino. Su corrompida voluntad lo llevó a convertirse en una masa inerte. Un cuerpo que solo se guía por sus instintos primarios.
Drogándose todo el tiempo. Bebiendo. Tratando de borrar su vida.
A mucha gente le importa un carajo lo que les pasa a los demás. Claro, en este caso no se espera menos pues este tipo de personas casi siempre creen que les debemos algo. Exigen. Cuestionan. Deambulan.
Pero hoy se acercó a mí y amablemente me pidió que le sacara una astilla de su mano.
Fue un momento extraño sentir que lo ayudé un poco. Más aún estrechar su mano con mera camaradería. Fue algo cálido.
Hoy al mirarme en el reflejo de sus ojos verdes una milésima pero a la vez enorme parte de mí lo comprendió. Después de todo quién se cree el mundo para juzgarlo. De vez en vez hasta de lo más profundo de la cloaca se pueden mirar las estrellas.
A lo mejor era un genio. Quién sabe. Es una de esas cosas que no esperamos y que nos vuelven más humanos.
Brindo por eso.

1 comentario:

Devedian dijo...

Me gusta que tengas aun la capacidad de percibir estas cosas, te quedo lindo Rey.