La penumbra se alista para devorar la hojas de los helechos muertos,
aquellos que como nosotros se secaron con los años.
El tiempo marchitó nuestras hojas y nuestro corazón en poco tiempo,
en el olvidado patio de aquella casona.
En el lejano eco de nuestras risas, de los juegos de la niñez,
cuando parecía que tenías el diablo en el corazón.
Como corríamos, cuanto paseábamos, jamás entendí como llegó aquello a ser tan acogedor.
El olor a cesped. La salida del colegio.
El recreo. El avión pintado en el piso.
La melodía folklórica de la guitarra del abuelo de fondo.
El sonido del agua envolviéndonos.
Un día pronto iré a visitarte de nuevo para planchar las arrugas de aquel corazón que me
acompañó en tantas aventuras y cantar aquella vieja canción
que aún hoy sigo llevando en mi corazón.
Los helechos florecerán al compás de tu sonrisa y al final
seguiremos siendo sólo tú y yo.